Durante la primera media hora de final la diferencia entre un equipo y otro llegó a ser sonrojante.De salida el Barcelona impuso su superioridad en todos los apartados con pasmosa facilidad: en lo colectivo y en lo individual, con balón y sin él, en el plano táctico y en el físico, por activación y por convicción. Enfrente, el Madrid era una caricatura. Aquello era un baile, un sometimiento por parte de un conjunto con una idea común y la determinación para llevarla a cabo frente a once camisetas desorientadas. Pedri, De Jong y Olmo se multiplicaban en el centro, mientras Tchouaméni, enorme, achicaba agua, Ceballos no aparecía y sólo Bellingham mostraba algo de claridad. Lamine y Raphinha desequilibraban mucho más que Vinicius y un Rodrygo cuya primera parte fue un esperpento. Cómo de mal le vería Ancelotti para sustituirle al descanso. El Madrid se estiró en los últimos diez minutos y la mejor noticia para ellos era que llegaban vivos al entreacto. Todavía había partido.
Y vaya si lo hubo. La segunda parte fue otro encuentro totalmente distinto. Entró Mbappé, se echó al equipo sobre sus hombros y el Madrid empezó a jugar, a correr y a creer. Con razón dicen que el fútbol es un estado de ánimo. Cada balón que llegaba al delantero francés era sinónimo de peligro. El Barça comenzó a dudar, Pedri y De Jong dejaron de controlar el juego y en ese ida y vuelta con un ritmo frenético los blancos fueron mejores. Empataron primero con un golazo de Mbappé de falta y se adelantaron después con un cabezazo de un Tchoauméni. La final estaba preciosa. El Barça se activó con los cambios y empató con un gol de Ferrán. El desenlace, con un penalti fantasma de Asencio sobre Raphinha que De Burgos Bengoetxea pitó y luego rectificó tras llamarle desde el VAR González Fuertes, nos dejó un final digno de película de Hollywood. Los dos desafortunados protagonistas de la previa se reivindicaron demostrando que estaban perfectamente capacitados para pitar al Madrid y callando bocas a tanto malpensado.
La prórroga fue un ejercicio de supervivencia con jugadores sin energía que apenas podían sobreponerse al cansancio. Habría que replantearse estos 30 minutos extra. Un gol de Koundé aprovechando un error de Modric en salida de balón cuando quedaban cinco minutos para los penaltis le dio el título al Barça en una final apasionante que pudo ganar cualquiera y que tuvo de todo. Incluso gestos impresentables de varios jugadores del Madrid que perdieron los nervios contra el árbitro. Por suerte lo rectificaron en la entrega de medallas, que fue un buen colofón.