Alcaraz abre las alas en dirección a la final del Godó

De nuevos talentos va la historia de este sábado, por eso de que el tenis ha abierto definitivamente las ventanas y se escrutan los nuevos tiempos, distintos, atractivos por el qué pasará, por el quién se subirá al carro, por cómo se configurará el nuevo paisaje; se terminó la estanqueidad, el fascinante pero también previsible (demasiado a veces) relato a tres voces de las dos últimas décadas. Aquí Carlos, aquí Arthur; 2003 uno y 2004 el otro; dos chavales, como quien dice. El prometedor Fils y toda su fuerza, y el fenómeno murciano que vence otra vez, elevándose de nuevo, y alcanza su tercera final en el Godó, la tercera esta temporada. El tercer título a tiro en Barcelona y lo mismo para este 2025, pues: 6-2 y 6-4, en 1h 09m. Solo podría impedirlo este domingo (16.00, Teledeporte y Movistar+) otro polluelo, el danés Holger Rune (6-3 y 6-2 a Karen Khachanov).

No tarda Fils ni un juego en lucir brazo, esa derecha que empieza a hacer ruido en el circuito. El francés, anchote, de pierna gruesa y con muslos de pilier, le pega a la pelota con todo el alma, sin excepción, una y otra vez. Es un tenista sin término medio y de único registro que, de tanta velocidad que imprime y tanto gas que le mete al golpe, termina convirtiéndose en un adversario previsible para un Alcaraz al que esta vez no le falla el olfato. Ahí que pone el escudo el murciano y ahí que varía para empezar a desconcertar al francés. La pelota de este topa un par de veces con violencia en la cinta y cae a un palmo; aterriza la primera en buen puerto, pero a la segunda reacciona el guepardo.

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De una semana a otra, Alcaraz ha dado un señor estirón en términos de continuidad y la sostiene, a la vez que penaliza este sábado. En un santiamén ha instalado el 5-1, solo 28 minutos, y aunque intenten descentrarle un puñado de franceses gritones ubicados en lo alto del graderío, cierra con seguridad. Pinta bien esto, dicen los gestos de su box. “¡Sí!”, corrobora él. Las nubes juegan al engaño en la zona de la montaña y se esconden y aparecen según les dé; pica el sol, lo mismo hace fresco que invade el calor y los operarios riegan con esmero la tierra durante el receso. Bien por ellos, el trabajo en la sombra, y por Alessandra, que ofrece y reparte bolas con alegría.

Primera recogepelotas con síndrome de Down en un torneo de la ATP, pionera ella. Chapeau por el Godó. Y un allez! rabioso profiere Fils al poco de haber comenzado el segundo parcial, cuando la soga sigue apretándole y ve que pronto puede estar lamentando en el vestuario porque Alcaraz no está por la labor de ceder, bien asentado, amenazante, autoritario, inteligente. Quiere el rival jugárselo todo a tres o cuatro bolas, y él repele y repele y propone larga distancia, nada de atajos: si lo quieres, a jugar. A pelotear, querido Arthur. Esto es la arcilla. Ya habrá tiempo para tiroteos. Impone él la línea y el guion transcurre a su gusto, dominante, cada vez más superior.

Y eso, poco a poco, va mellándole el ánimo a Fils, que al fin y al cabo está metiendo la cabeza en la élite y apenas descubriéndose, son 20 años solo, mucho por aprender. Lo admitía él en Montecarlo: los verdaderamente buenos marcan la diferencia con la cabeza, disparándose en los instantes cruciales. Y así es. Llega la recta final de la semana y cobra más brillo Alcaraz, fabuloso al resto y determinado al ataque; se relame Pedralbes con ese drive y esas florituras, pero también con esa constancia y esa linealidad que desprende hoy, tan necesarias para cuando asomen luego las rampas de Roland Garros. Todo hará falta para el asalto de mayo.

Es su partido más redondo en lo que va de gira, nada que ver con lo que sucedió en el Principado, y el galo está empezando a desquiciarse, sin ocultarlo, lanzando algún que otro improperio y descargando después del fallo un homerun que sale despedido hacia el otro costado de la Diagonal. Buena síntesis del duelo, en realidad. Solo un año de diferencia entre uno y otro, 21-20, pero en galaxias diferentes hoy por hoy. Uno que obliga y otro que lo sufre, que resopla frustrado, que se sabe perdido. Está fuera, está ko. Todo pasa muy rápido, como esta carrera de Alcaraz en la que Barcelona y su maravilloso encanto ha empezado a convertirse ya en otra bendita guarida para él.

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