El riojano castillo de Clavijo podría haber sido uno de los más antiguos de la Península. Se levantó en una estratégica y abrupta peña entre … los siglos X y XI y todavía tiene al pie de sus muros las casas de un pueblo apiñado que también se llama Clavijo y se deja proteger por la atalaya defensiva. De su antigüedad da fe el relato que en la Crónica Najerense cuenta que en el año 960 el que entonces era rey de Navarra, García Sánchez, tuvo allí encerrado al conde Fernán González. Apenas una rampa bien empinada separa las últimas casas del pueblo de las murallas del castillo, que solo conserva cuatro de los seis torreones que tuvo; al otro lado el peñasco se desploma convirtiéndolo en inaccesible y por allí deben de andar aún los trozos de las torres derrumbadas por el tiempo.
La primera defensa que hubo en el lugar fue al parecer una pequeña fortaleza musulmana, Haram Al Hins, que tenía por finalidad proteger las riberas llanas del Ebro contra las escaramuzas de los cristianos que intentaban recuperar tierras y pueblos hacia el norte. Son tierras que fueron escenario de no pocas disputas. Entre ellas la famosa Batalla de Clavijo se peleó a los pies del vecino monte Laturce, en el conocido como Campo de la Matanza. Una leyenda dice que en aquella batalla Ramiro I de Asturias lanzaba a sus soldados contra Abderraman II y venció a los musulmanes gracias a la aparición de Santiago apóstol cabalgando sobre un corcel blanco. La victoria en la batalla habría permitido entonces a los cristianos dejar de pagar el ‘tributo de las cien doncellas’, que estaban obligados a entregar a los sarracenos. Pero, pies en tierra, los historiadores dicen que la leyenda fue un invento del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada poniendo fantasía a las batallas y apuntando el tanto al santo.
La fortaleza tuvo a lo largo del tiempo tantos dueños que serían incontables. Del Monasterio de Albelda, de Eneko López, de Fortuño López, de Fortuño Ibáñez, de Sancho el Sabio de Navarra, de Logroño, de Diego López de Zúñiga, de Juan II y de los Condes de Aguilar y aún más. Ahora el castillo de Clavijo es de Clavijo y de Logroño y eso es bonito. Un documento de 1285 dice que Sancho IV lo dio «con la mampuesta y la villa de ese mismo lugar» al Consejo y vecinos de Logroño y así quedó desde aquello.
Olivares y viñedos rodean las tierras llanas que al norte vigila el castillo; al sur se despliega un cordón de montañas que pintan el cielo riojano con sus relieves. El pico Laturce vigila al castillo y lo custodia desde los muros de lo que debió ser un torreón en avanzadilla, no en vano su panorámica alcanza mucho más lejos. En un recodo, entre una y otra peña, sorprende la enorme ermita de Santiago. Abajo en el barranco se camuflan entre la vegetación del barranco de Fuentezuela las ruinas del monasterio de San Prudencio. Justo, dicen, en el lugar donde en el siglo VI se detuvo la mula que transportaba, de regreso a su diócesis, el cuerpo del santo y obispo de Tarazona, que había fallecido repentinamente en una misión en Osma.
Clavijo, pero mejor aún Laturce, lo ven casi todo. Logroño y las riberas del Ebro, las dos riojas y las sierras de Toloño y Kodes, las alturas de la sierra de Cameros, el valle del río Leza, incluso el Pirineo ahora nevado.
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