El error recurrente de España en Eurovisión que asoma en la candidatura de Melody | Por Borja Terán

Uno de los recurrentes problemas españoles de España en Eurovisión está en disfrazar al artista de lo que no es. Muy llamativo fue cuando a Amaia y Alfred se les despojó la juventud del fenómeno de OT 2017 y fueron vestidos de misa de domingo. Parecido sucedió cuando a Miki Núñez se le quitó su alma de verbena mediterránea para encajonar su ritmo en una estructura nórdica blanca que remitía a una estantería gigante de Ikea. Queremos ser europeos, o lo que creemos que es Europa. Pero, a menudo, brotan nuestros complejos y nos despistamos intentando emular tarde lo que les funcionó a otros.

Con Melody ya sabíamos que la canción no era un himno a la modernidad. Ni falta que hacía: su gracia estaba en ver a una folclórica intentando vivir su Superbowl con todos los cacharritos técnicos que te permite el talent show de las televisiones públicas europeas. Bien de exceso, bien de folclore patrio, bien de peineta, bien de fuegotes, bien de coleta haciendo el molinillo, bien de artesanía interpretativa y vocal.

Melody es el exceso. Pues juega al exceso. Triunfar en Eurovisión también es saber ver qué te diferencia y plantearlo con atrevimiento ante los ojos de Europa. Pero, escuchada la nueva versión de Esa diva y visto el videoclip sobre fondo negro -que largo se ha hecho-, hemos cambiado la folclórica tecno dance por una imitadora de Lady Gaga en una discoteca de venida a menos en el Barrio de Salamanca. Así, dirán, que el tema es más internacional. Aunque, en realidad, así se queda en tierra de nadie: ni funcionará aquí ni destacará allá.  

El videoclip, que recuerda a los lowcost de Vale Music en aquellos años 2000, es monótono -eterno se hace el momento de los fotógrafos acribillándola a fotos, lo nunca visto cuando se escenifica una estrella- y, lo que es peor, despoja a Melody del cliché Melody. Menos mal que ella sigue guiñando el ojo en el vídeo, cual Carmen Sevilla. Que no se lo quite nadie. De todas formas, el porvenir de la candidatura depende del planteamiento artístico definitivo que se realice en el propio escenario de Eurovisión. Es el único lugar televisivo donde la canción se puede transformar en un celebración por la tele. Sobre todo si se logra convertir la música en historia completa, con su preliminar repleto de insinuación y suspense, con su clímax con un momento expresivo telegénicamente y con su apoteosis. Aunque, ojo, eso no se consigue si se confunde escenografía con llenar el escenario de cosas a lo loco, como hemos hecho tantas veces, tampoco con poner un golpe de efecto en medio para llamar la atención. La buena puesta en escena es la que no solo adorna, sobre todo cuenta.

Y Melody tiene una historia por contar. La de la niña artista que fue y que intenta ya de mayor no quedarse atrás en un mundo musical que ya no es cómo le enseñaron. En ese identificable choque emocional, que todos nosotros vivimos alguna vez, muy a lo Paquita Salas, está el sentimiento por transmitir con Esa Diva. Si no ganamos por la calidad de la canción, solo nos queda atraer al público con la alegría del exceso folclórico que ha provocado que hasta ahora Melody nunca despierte indiferencia. Su más es más, su ser Lola Flores en tiempos de Rosalía.

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